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Crónica de una trabajadora sexual

agosto 10, 2023

trabajadoras sexuales

Era una joven de 25 años ex trabajadoras sexuales, necesitando reingresar al mundo laboral. Con un hijo que mantener y un alquiler que pagar, acepté la propuesta de un cliente para un puesto administrativo en una fábrica metalúrgica. Creía que sería la oportunidad para dejar atrás mi antiguo trabajo, el cual siempre intenté ocultar y por el que sentía vergüenza.

En un día cualquiera en la oficina, mi jefe me solicitó preparar café para un grupo grande. Procedí a la cocina, preparé el café y comencé a servirlo en la sala de reuniones. Esta sala estaba dominada por una enorme mesa negra y estaba repleta de hombres; yo era la única mujer presente. Al intentar servir el café, mi jefe me detuvo, agarrando firmemente mi brazo. Me reprendió enérgicamente delante de todos, alegando que el café estaba frío. Sentí una gran humillación y todo lo que pude hacer fue retirarme de la sala.

Mientras estaba en la cocina, reflexioné sobre la situación. Decidí que si volvía a ser humillada de esa manera, abandonaría ese trabajo. Empecé a cuestionar por qué había dejado mi trabajo anterior, aquel en el que sentía que tenía el control y podía poner mis propias condiciones. Después de esa reflexión, tomé la decisión de regresar a mi antiguo empleo: la prostitución. Esta vez, decidí no esconder mi profesión.

Sin embargo, aún tenía un desafío pendiente: debía ser honesta con mi familia sobre mi verdadero trabajo. En mi rutina diaria, llegaba a una esquina, saludaba a mis compañeras y juntas nos cuidábamos mutuamente. Nos avisábamos entre nosotras, compartíamos información sobre los clientes y establecíamos normas de seguridad. No todos los días eran iguales, y aunque a veces esperaba en la esquina por clientes, otras veces pactaba encuentros con anticipación. Es importante mencionar que no todas las trabajadoras sexuales optan por trabajar en la vía pública. Muchas de mis colegas prefieren otros métodos, como las redes sociales o departamentos privados.

En una ocasión, tuvimos un problema con un individuo que se volvió una constante amenaza para nosotras. Nos hostigaba y estaba obsesionado. Todo comenzó cuando decidimos no atenderlo debido a que había violado una de nuestras normas con una compañera. Como represalia, este hombre decidió unirse a la junta vecinal y, en poco tiempo, convenció a otros vecinos para que intentaran echarnos del barrio. Fue en ese momento cuando sentimos la necesidad de buscar apoyo y acudimos a una entidad estatal para denunciar el acoso y la discriminación.

Así fue cómo inicié mi camino en el activismo.

Me tuvo que pasar un largo proceso para que yo me pueda identificar como una trabajadora sexual sindicalizada. En AMAR, la Asociación de Mujeres Meretrices de la Argentina, aprendí un montón de cosas. Aprendí que no estamos solas, a pesar de que el Estado nos ignora. Aprendí que mi trabajo no es un delito y que tengo derecho a hacer uso responsable del espacio público sin tener que andar pagándole a la policía para que nos deje trabajar tranquilas.

Trabajadoras sexuales

Aprendí que la mayoría de los problemas que tenemos las mujeres trabajadoras sexuales son los mismos que tienen el resto de todas las mujeres trabajadoras, por haber nacido en esta sociedad machista y patriarcal. Entendí que todavía tenemos que aunar fuerzas para seguir sensibilizando a una gran parte de la sociedad, para que logre diferenciar lo que es el delito de la trata de personas con el libre ejercicio del trabajo sexual. Porque así como mis compañeras y yo defendemos todos los días la libre elección que tenemos sobre nuestros propios cuerpos, condenamos la trata de personas, pero no solo en el mercado sexual, también en otros mercados laborales como el trabajo rural y el trabajo textil.

Esta opción de vida para mí me enfrentó a grandes desafíos. No solo tuve que aprender a apoyar y a liderar a mis compañeras de lucha, sino que también me tuve que enfrentar a mis propios miedos. El más grande de ellos fue tener que sentarme y decirle a mi mamá que en realidad no era una empleada administrativa, sino que en realidad era una trabajadora sexual. Tuve mucho miedo. Sabía que ella se iba a enojar conmigo, que no me iba a hablar nunca más y hasta que me iba a excluir de mi propio entorno familiar. Pero me equivoqué.

Mi mamá me pudo ver más allá del estereotipo que la sociedad suele imponernos a las trabajadoras sexuales, ese que nos ubica como las malas mujeres, las malas madres y las mujeres de la noche. Mi mamá no me tuvo pena. Tampoco me vio como una víctima. Me aceptó así, tal cual era, tal cual soy, orgullosamente, una mujer trabajadora, una trabajadora sexual.

Esto fue el momento que le tuve que contar a mi hijo. Ahí ya no tuve miedo, solo tuve mucho cuidado con las palabras. Santino lo vive naturalmente. Tal es así que en una oportunidad en el colegio, la tarea que le habían dado consistía en que tenían que dibujar de qué trabajaba mamá y papá y Santino me dibujó a mí parada en una esquina frente a un auto y fue mucho más allá. Le confesó a la maestra y a sus demás compañeros y compañeras que su mamá se dedicaba al trabajo sexual.